» A la atención del Padre Justino:

23 de agosto de 2015

Estimado Justino, soy Teresa Rodríguez Gasón. Soy del barrio y de la parroquia. Voy a oír su misa de doce todos los domingos pero creo que las únicas palabras que nos hemos cruzado han sido exclusivamente las propias del rito de la Eucaristía (algunos amenes, los “alabado sea Dios”, el “la paz sea contigo”…).

Escribo para pedirle, abusando de su solidaridad, un favor: necesito que me confiese a distancia. Así, por carta. He de confesarme ante El Señor antes de irme de este mundo y usted es el único que puede ayudarme a hacerlo. Supongo que es un poco complicado y algo nuevo para usted, pero lo tengo todo pensado: cuando usted lea unas líneas más abajo el “Ave María Purísima” que yo misma escriba, diga en alto “Sin pecado concebida” y continúe con la lectura. Lo que lea después será la propia confesión, que usted tendrá que leer para que Dios se entere. Creo que no he de recordarle que todos esos asuntos serán secretamente guardados por usted y que no podrá contárselo a nadie; confío en su buen hacer, Justino. Puestos los antecedentes, vamos allá.

Ave María Purísima.

Me confieso porque voy a pecar como nunca he pecado en mi vida, y por eso siento la necesidad de confesarme. Voy a cometer uno de los pecados capitales desobedeciendo al quinto mandamiento que dice “no matarás”.

Me voy a suicidar esta tarde, Padre. Sí, me mataré a mí misma (que, dentro de lo que es matar a alguien, creo que a uno mismo es menos grave). Pero si lo hago, es por amor de madre hacia mi hijo Marcos (bautizado, que hizo la comunión, y él dice que no, pero yo creo que acabará confesándose).

Sin rodeos. Creo que lo mejor que le puede pasar a mi hijo Marcos en este momento de su vida es que yo me muera, porque lo de este crío no puede ser. Con veintiocho años y todavía lo tengo en casa, le hago la comida y le sigo diciendo que se ponga una gorra cuando hace sol, que se abrigue con el frío y que se destape con el calor.

Mi niño ha probado de todo en la vida y parecía que no había nada que lo llenase. Empezó cuatro carreras diferentes y ninguna la terminó, siendo Marquitos un estudiante excelente. Y no para de dejar trabajos que no le gustan, y yo le he consentido tantos caprichos que ya no lo puedo reeducar. Ni él tiene ganas, ni yo fuerzas.

Hace dos años cuando dejó de trabajar de teleoperador porque, según decía, se le secaba la boca al hablar, también pensé en matarme por hacerle un favor, haciendo que madurara de una vez. Pero entonces lo descarté porque moriría dejando al pobre Marquitos en lo peor: haciendo la cola del paro y sin nadie que le diga que se abrigue.

Pero desde hace unas semanas está el niño emocionado. Ha visto muchos vídeos de cómicos por el ordenador y dice que ahora quiere ganarse la vida contando chascarrillos por los bares y en las fiestas de los pueblos, que quiere ser humorista, como Gila. Seguro que no es muy bueno pero no lo he visto tan emocionado nunca, así que he pensado que si me muero ahora le pillaré animado y puede tener posibilidades de hacerse un hombrecito.

Mi hijo Marcos esta tarde hará su primer ensayo con público mostrando sus treinta minutos de chistes y bromas. Y el público soy yo, Padre. Y el escenario, será el salón de mi casa. Le he dicho que sea puntual y que comience la lectura de su monólogo a las cuatro y media de la tarde. Yo me atiborraré de pastillas a las dos, después de comer. Son unas pastillas que, tomadas en exceso, hacen efecto a las tres horas y le asfixian a una, así que a las cinco en punto tengo previsto dejar de respirar.

Y no solo eso, he pensado que podré hacer que la carrera de mi Marquitos se dispare con mi muerte. Porque solo usted, Justino, usted y Dios, serán los únicos que sabrán que esto en realidad ha sido un suicidio. Quiero que el resto de la gente, y, sobre todo, mi hijo Marcos, piense que yo me he muerto de risa. Sí, fingiré un ataque de risa (he estado ensayando en el baño y creo que se me da bastante bien). Estaré pendiente del reloj y, cuando vayan a dar las cinco en punto, haré que me río mucho más, coincidiendo justo con el final del monólogo de Marcos.

Y lo demás, pues ya me lo imagino: con respecto a mí, yo subo al cielo ya que he tenido una vida ejemplar y del único pecado que he cometido, me he confesado por carta. En el cielo me encuentro con mi Antonio que, con estos diez años ahí solo habrá aprendido a cocinar, y así a mí solo me queda descansar, que me lo he ganado. Y aquí en la tierra empieza a resonar en la televisión: “Marcos Bermúdez Gasón, el cómico que mató a su madre de risa”. Y aunque sea por frivolidad, llenará los teatros e irá a la televisión. Y así mi niño empieza con buen pie en esto de los escenarios.

Y aquí termina mi confesión, Justino. Que el Señor la reciba y tenga a bien acogerme en sus brazos.

Justino, sé que esta tarea que le encomiendo es un poco complicada, pero confío en su buen hacer. Es usted un hombre bueno, Justino. Y, como para cuando lea esto yo ya no estaré en este mundo, aprovecho y le digo que es usted el párroco más atractivo que hemos tenido en el barrio, y que cuando me da la comunión y me mira a los ojos, veo la belleza del mismo Espíritu Santo hecha hombre.

Gracias Justino, que Dios le bendiga.